El
concierto se preveía raro, quizá porque los domingos son para
reposar el alcohol de viernes y sábado con sofá, peli y pizza, pero
la ocasión de ver a Avalanch al lado de casa bien merecía un
esfuerzo. El Garaje beat de Murcia era el lugar elegido, y
Oker los teloneros que les van acompañando en su gira quince
aniversario de “El Ángel caído”.
Los
madrileños empezaron tarde y acabaron pronto, quizá las dos horas
entre un grupo y otro no estaban medidas para el set list de Oker.
Tampoco acompañó el sonido, bastante pobre. Algo extraño en una
sala que suele destacar precisamente por ese punto.Tampoco ayudó el
público a calentar el ambiente, estáticos como piezas de museo por
mucho que Xina se empeñase en animar con palmas o coros.
Apenas unos saltos en primera fila. Una pena. El heavy ochentero,
macarra y callejero de Oker no transmitió lo que ellos
esperaban.
Y
tras un parón para cambio de escena salió el jefe de la banda.
Alberto Rionda arrancó con el solo de “Santa Bárbara”,
enlazando ya con la banda al completo temas como “Hacia la luz”
y “Tierra de nadie”. Mike Terrana se hizo de notar
desde el primer momento, el power metal de Avalanch sonaba en
toda su esplendorosidad. Con el público ya sin el óxido en las
bisagras, llegó uno de los himnos de la noche, la que le da nombre
al disco honrado y a la gira. “El ángel caído” puso el
nivel del concierto al máximo.
Siguieron
cayendo temas mientras Magnus Rosén, ataviado con su eterna
sonrisa, movía continuamente su larga melena y pisaba las cuerdas
fluorescentes de su bajo, se prestaba al juego con el público,
posando y interactuando con las primeras filas. También se disfrutó
de un pique entre Alberto y Salán, que mostró el buen
rollo que hay en la formación actual.
“Antojo
de un dios” fue la última parada antes del solo de batería de
Terrana. Un puro espectáculo de potencia, destreza y técnica,
pero donde, siempre al parecer de un servidor, le sobraban florituras
con las baquetas y algún minutillo de solo. “Las ruinas del
Edén” con el frontman Israel Ramos solicitando los
coros del público fue el último tema antes del parón. Apenas se
oyeron algunos gritos y silbidos entre el personal, a sabiendas que
quedaba la mitad del concierto y que no era necesario solicitar la
vuelta de la all star band.
Y
volvieron, pero solo Rionda y Ramos, para marcarse un
par de temas en acústico. Quizá fuesen los minutos de espera hasta
que el roadie arregló el cable que no funcionaba en la guitarra
acústica de Alberto, o que veníamos de una primera parte muy
potente, pero el intimismo que se buscó con los dos músicos y un
solo instrumento no caló. Muy al contrario enfrió demasiado los
ánimos, hasta se vieron demasiados paseos al aseo o a la barra. El
señor Rionda se retiró y dejó a Ramil, pianista, a
solas con la voz. Un poco más emotivo y elegante este trozo, pero
sin demasiada repercusión.
Y,
como si de un coitus interruptus se tratase, llegó otro solo. Si al
de Terrana le sobraron minutos, al de Magnum Rosén le
sobraron horas. Está muy bien que Rionda quiera presentar al elenco
que ha juntado para la triunfal vuelta de Avalanch, pero el
público quiere material, no adornos y técnicas personales. El
personal se miraba entre sí, viendo como a medida que pasaba el
concierto la sensación era cada vez más fría.
La
banda al completo volvió a aparecer y repasó algunos de los temas
más antiguos y rematar la tanda final con el mítico “Torquemada”,
en una gran descarga de power metal. No comentaré, por decoro, los
bises que sonaron después, invitando a la gente a subir al escenario
mientras Jorge Salán cantaba temas de Gary Moore.
Concierto
de más a menos, con temas en el tintero y, también es cierto, una
gran banda que, con un planteamiento más eficaz, hubiera hecho un
evento histórico.
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